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Cerrando capítulos I

Cerrar una etapa no es sencillo pero es algo que nos sobrepasa y no tenemos mas elección que despedirnos del camino que ahora ya no lleva ningún lado para tomar otro que tendrá sus propias aventuras y desventuras y que al final seguro también dejaremos para empezar otro. Es un ciclo natural cerrar capítulos para empezar a escribir uno nuevo, lo importante de los capítulos anteriores es que te dejan personajes e historias que perdurarán a través del libro o que te dejan la suficiente experiencia como para escribir cada vez mejor.

Y todo esto viene de que cerré el sábado de manera simbólica una etapa más en mi vida. 
Egresé de la carrera de economía en diciembre del año pasado, en medio de correr entre el trabajo y los cursos, la tesis para el bachillerato (sino medio año más y ya no daba pero ni una semana más), durmiendo poco, tragando todo lo que mi ansiedad me dictara #malditocerebrogordo y escapando de las clases para ir a comer y tomar alguito "ahora que ya se nos acaba el cliclo chata". 
Nuestro último examen final como base fue un domingo de Teoría de la Regulación, muchos salimos pensando que no nos salvábamos, otros esperanzados en haber marcado todo bien, muchos llegaron en grupo después de su respectiva amanecida grupal #diezcabezaspiensanmejorqueuna y tuvimos una reunión con casi todos los que pensábamos egresar para acordar qué íbamos a hacer con los fondos recaudados estos años para ayudar a nuestra facultad, terminamos en un acuerdo para implementar la biblioteca pero quizá el acuerdo mas importante de ese medio día parados al sol fue la organización de nuestra fiesta de despedida.

Queríamos celebrar a lo grande en una fiesta solo para nosotros antes de tener la ceremonia de graduación y convertimos el segundo piso de la casa de una compañera en el local del GRAN TONO DE FIN DE CARRERA BASE 2008, solo para nosotros, no aceptábamos infiltrados y nos movilizamos para que la mayor cantidad de personas asistieran. Fue un 21 de diciembre y no se acabó el mundo #trolmaya, y si se acababa nos íbamos juntos y felices (o eso decíamos). Pero, juergas aparte, teníamos que organizar nuestra ceremonia de graduación para agradecerle a aquellos que habían hecho posible que diéramos el gran paso hacia ser profesionales, una ceremonia que llene de orgullo a los que más queríamos. 

Muchos pensamos primero que era una ceremonia que no significaba nada, el diploma de graduado no significa que seas bachiller y no sirve para postular a un trabajo, era un gasto que con nuestros sueldos de practicantes muchos no queríamos tener, un gasto para celebrar que quizá muchos de nosotros no terminamos la carrera convertidos en aquellas personas que soñamos ser cuando entramos por primera vez a una clase de la facultad. Pero pensar en los ojitos orgullosos de mis abuelas, de mamá y de papá que aunque nunca fueron de celebrarme mucho sé que siempre confiaron en mi, y que mis dos hermanos menores sientan deseos de algún día ser profesionales en cualquier cosa que les guste me motivaron a estar ahí. Me motivaron a planear una noche dedicada a aquellos que habían estado conmigo siempre y sobretodo en este proceso y a no ser egoísta y dejarlos disfrutar también de un logro compartido. 

Pasé días respondiendo "Gracias, tu voucher fue recibido" a todo aquel que iba depositando sus cuotas para la ceremonia (fuimos una promoción de 143) , peleándome con las cuentas para ver que todo cuadre, sorteando junto con la comisión aquellos problemas de último minuto, persiguiendo morosos hasta horas antes de la graduación, me aburrí dos horas en una peluquería tratando de domar mi cabello y al final todo valió la pena.

Cuando el telón se abrió y vi a mis padres sentados justo frente a mí (pero más abajito) mi emoción fue tal que tuve que mantener la boca cerrada mientras cantábamos el himno nacional para no estallar en lágrimas. Una ráfaga de recuerdos pasaron por mi mente, desde la noche que llamaron a mi casa para decirme que había ingresado a la universidad hasta ese último día de examen el año pasado, cinco años habían pasado volando, de pronto había dejado de ser la niña/adolescente de 16 años que caminaba por la facultad en zapatillas, jean y polo a andar en taco 5 con sastre y llegar tarde y a dormir a todas las clases de la noche. Cinco años en los que me daba flojera pensar cuando pisé por primera vez la facultad, parecían tan lejanos y pensaba que sería tan vieja entonces. Encontré a personas maravillosas, de esas que te guardaban sitio en los exámenes cuando estabas tarde, las que te obligaban a quedarte en biblioteca en vez de irte a dormir al pasto, los que te mandaban mensajes para avisarte que porsiacaso mañana presentamos el trabajo, los que me llevaron por primera vez  a los huecos y al Sky (conocido chupódromo Sanmarquino). Personas inteligentes, exitosas y sobre todo de buen corazón.

Me sentí tan agradecida con la vida y con las personas que estuvieron conmigo estos cinco años, la universidad definitivamente te transforma, conoces personas de todos lados, cada una con problemas distintos, con una manera de ser única. Tuve la suerte de ingresar a San Marcos, un Perú chiquito como dirían algunos sanmarquinos célebres.Una universidad que con sus deficiencias acoge a jóvenes de todo el Perú que llegan llenos de sueños y metas por cumplir. Podría escribir muchas cosas acerca de esta etapa, de las personas involucradas en ella y  de mi Alma Mater pero ahora lo que más quiero decir es GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.




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