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El último llanto

Cuando él murió, ella no derramó ni una lágrima. Habían sido 25 años juntos y ella no podía soltar el llanto. Durante esos 25 años ella nunca lloró y tampoco lo había visto llorar a él. Y vaya que los dos tenían motivos de sobra para haberse llorado mares.

Nunca se casaron porque en el fondo los dos siempre mantuvieron la esperanza de encontrar a alguien más que les quite el capricho de seguir juntos. Alguien que les de paz y que traiga menos daño a sus vidas, pero los dos parecían fieles a la combinación de agua y aceite. Hubieron momentos buenos, esos en los que él se sentaba en el jardín de la casa y ella le tomaba la mano y podían pasar horas sin que se miraran pero sintiéndose el uno al otro. Hacer el amor a veces parecía un acto de revancha; se enredaban en una lucha por poseerse y encontrarse que terminaba en un estallido que nunca entendieron.
Por momentos ella sentía que los dos estaban ahí, el uno para el otro, para castigarse. Para ser cada uno el verdugo del otro y al mismo tiempo para sanarse las heridas juntos. Cuando necesitaban paz se huían. Ella viajaba con algún amante de turno y él escabullía en las noches, ella nunca le preguntó a donde iba porque algo dentro de ella le decía que siempre volvería. Algunas veces se sorprendía a sí misma deseando que no volviera y que fuera él quien se atreviera a terminar con esa vida. Ella se lamería las heridas sola y la vida continuaría, pensaba, pero mientras los dos sintieran que tenían la vida de uno pegada a la del otro, no había salida.

Ella se acercó al cajón y vio la misma sonrisa estúpida que le había visto mientras dormía cuando estaba vivo, le pareció que todo eso era un juego más para hacerla sufrir. Le dieron ganas de tomarlo por los hombros, obligarlo a despertarse y que acabase con esa mala broma.
En cambio, se quitó los zapatos y se metió al cajón como pudo. Nunca había sentido que él estuviera tan frío bajo ella y eso le trajo encima todo el dolor que había estado evitando. Y mientras todos la miraban atónitos, hundió la cara sobre ese pecho inerte y lloró todo lo que su garganta de piedra no le había dejado llorar.




A.M.



Y ya que el martes me escuché 3 discos de Ray Charles enteros :3
Canción Bonita: You don´t know me



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