No era yo. Ese ser que despertaba de mala gana cuando ya
todos en casa se habían ido, que se arrastraba hacia donde tuviera que ir y que
dibujaba una sonrisa para disimular cuando algún conocido estaba cerca, era
cualquier cosa menos yo. Era un cascarón que el verdadero yo veía desde lejos.
El verdadero yo seguía en mi cama mirando el techo y con una mano iba dibujando
los movimientos del otro yo que le daba cara al mundo.
El otro ser salía cada día como a la caza de algo que
trajera otra vez a la realidad a esa parte de mí que seguía sin querer moverse.
A veces lograba hacerlo sonreír de verdad cuando le traía el abrazo de un amigo
o alguna imagen recogida a través de la ventana del bus. Cuando conversaban le decía que no podían ser
solo los dos, que había personas que con gusto los ayudaría a volver a ser uno
solo. Pero yo no quería que el mundo se metiera, no quería sentir más vergüenza
de la que ya sentía admitiendo mis errores. Yo solo pensaba que en algún
momento todo tenía que pasar.
Pero nada pasa sin haber pagado un precio antes. Conocí ese
dolor que significa tener un nudo en la garganta todo el tiempo, supe lo que
era no querer despertar a enfrentar un día más, lo que significaba llorar con
dolor, aprendí a abrazarme a mí misma y a volver a construirme sola.
Por mucho tiempo pensé que nunca iba a reconectar a esos dos
en mí, que seguiría mirando distante, moviéndome de mala gana y aparentando que
todo estaba muy bien. Solo dejé que pasara el tiempo, que me arrastrara hacia
lo que tuviera que pasar y cometí más errores por no despertar del letargo
cuando debí hacerlo.
Pero llegó un momento en el que no sentí más, ya no por
estar aturdida si no porque poco a poco
sin darme cuenta me había vuelto a tener a mí. Ahora que miro atrás veo que lo
peor de tener el corazón partido fue el dejar de ser yo. El shock emocional no
me llevó a decepcionarme del sentimiento, ni del mundo, ni de la gente en
general. Me llevó a decepcionarme de mí misma y lo más difícil fue perdonarme,
fue incluso más difícil que perdonar a la otra persona involucrada.
Imagino que este tipo de cosas cada uno las afronta de
maneras distintas, pero creo que hay una cosa en común después de vivir la
pesadilla, y es que en algún momento despiertas de ella y puedes seguir
haciendo tu vida. Yo agradezco haberla pasado, porque aprendí mucho y sobre
todo descubrí muchas cosas dentro de mí. Todo pasa por algo, dicen y es de las
frases que más me gusta emplear. A lo malo hay que sacarle algo bueno, siempre.
A.M
Y siguiendo la política de sacarle lo bueno a lo malo: Estas fotos las tomé por quedarme atorada en la carretera rumbo a Huánuco. No pude llegar a mi destino a la hora que quería, pero me gané con paisajes que de noche nunca hubiera apreciado.
Comentarios
Publicar un comentario